¿Algún joven en la sala? Porque si es así, quizá le sorprenda saber que antes de que los algoritmos de Spotify o Youtube gobernasen nuestros gustos, las tendencias musicales daban sus primeros pasitos en las calles, antes de institucionalizarse en locales que extraían la esencia de su sonido en forma de gloriosas actuaciones, y mucho antes de que la industria musical materializase todo aquello en formidables álbumes.
Con un guiño a todas esas salas de música en directo que hoy están cerradas debido al Covid, en el reto de hoy queremos rendir homenaje a seis espacios míticos de la historia de la música que ejercieron de transmisores de la energía circundante, incluyendo cambios sociales o culturales en ciernes, ayudando a que muchos artistas traspasasen la línea de lo imborrable. Pasen y vean.
Portada del libro Café Society (UIP, 2009), con ilustración de Paul Colin |
Actuación en el Café Society. Fotografía de Gjon Mili |
100 Club, Londres (1942-actualidad). Mítico club de Londres, para más pistas situado en el número 100 de la calle Oxford (centro comercial de la ciudad), que abrió sus puertas en 1942 con el atractivo reclamo de ser el primer club de jazz de la "City", y que desde entonces ha visto pasar por su escenario a prácticamente todo el abanico estilístico que se pueda uno imaginar. En sus inicios, bajo el nombre de Feldman Jazz Club y con la presencia de soldados estadounidenses por la Segunda Guerra Mundial, llegó a convertirse en la meca de la música negra en Londres, e incluso la publicidad del local (situado en un sótano) venía a invitar al público a que se olvidase de las bombas y viniese a bailar Jitterbug ‘Forget the Doodle bug-Come and Jitterbug-At the Feldman Club’‘Forget the Doodle bug-Come and Jitterbug-At the Feldman Club’. Louis Armstrong o Benny Goodman, actuarían en la década de los cincuenta, antes de que la etapa del jazz tradicional primero, y el aterrizaje del blues eléctrico en los sesenta después, dieran pie a dos de los sonidos británicos por excelencia: el blues británico y el beat. En 1964, el local cambiaría de nombre al actual, recibiendo las actuaciones de gente como The Animals, John Mayall & Blues Breakers o The Kinks (quienes por cierto actuaban como banda residente). Pero pese a lo granado de su programación en sus más de ochenta años de historia, si por algo debe de ser recordado el 100 Club es por el alunizaje del punk británico en su propiedad, en la segunda mitad de los setenta. Durante dos noches de septiembre de 1976, el local acogió el que se denominó "The 1976 Punk Special" en las que ocho bandas, la mayoría sin contrato discográfico en aquel momento y que atendían a nombres como The Sex Pistols, The Clash, Siouxsie & The Banshees, The Damned, The Vibrators o Buzzcocks, sacaron de las alcantarillas un movimiento que, como cita el que fuese director Ron Watts del 100Club en su biografía (A Hundred Watts, Heroes Publishing 2006), "pasó de ser un culto subterráneo a ser un movimiento de masas (...) Casi podíamos sentir a los cazatalentos esperando fuera, en Oxford Street”. Tras aquel fogonazo y siguiendo el olfato de reinventarse o morir, fue hogar de sesiones de reggae, northern soul y hasta programó, durante los años ochenta, conciertos a cargo de músicos exiliados del régimen del apartheid sudafricano capitaneados por el baterista Julian Bahula que sirvieron tanto como un lugar de reunión en el exilio, como para dar visibilidad a la situación política de Sudáfrica. En los años noventa se adelantaron a la ola britpopera recibiendo directos de Suede, Blur, Oasis o Kula Shaker, que alternaban con actuaciones sorpresa de grandes nombres como Metallica o Rolling Stones. Hasta la actualidad, el 100 Club ha sobrevivido a la gentrificación con un máxima que exhibía el que fuera su director entre los años 1964 y 2001, Roger Horton, en el libro que en 2017 celebraba el 75 aniversario de la sala (100 Club Stories, Ditto 2018) “Si me parecía que lo que proponían era razonablemente rentable estaban dentro, fuera la música que fuera”.
Sex Pistols en el 100 Club, 1976. Fotografía de Ray Stevenson |
London Blues & Barrelhouse (Londres, 1957-1961). Local capitaneado entre 1957 y 1961 por Cyril Davies y Alexis Korner (que en 1961 fundarían los que muchos consideran el primer grupo de blues británico de la historia, Blues Incorporated) y cuya relación se remonta al periodo de postguerra en el que ambos coincidieron en la banda del músico de jazz Chris Barber. Barber fue una figura esencial de la historia de la música británica, ya que ayudó a popularizar el skiffle (género que se podría acuñar como una rama británica del rock n roll estadounidense, enraizado en el jazz primitivo de Nueva Orleans, y muy relacionada con las privaciones de la posguerra ya que se solía tocar con instrumentos caseros como tablas de lavar, ollas o escobas, llegando a ser definido como "un rock and roll sin electricidad"). Inicialmente, el London Blues & Barrelhouse comenzó siendo un local de skiffle, el London Skiffle Club, inaugurado en 1955 por el propio Cyril Davies junto a Bob Watson. Pero cuando Watson se marchó en 1957 para unirse a Dickie Bishop's Sidekicks, Davies decidió llamar a su antiguo compañero Alexis Korner para refundar el local embadurnándolo, esta vez, del blues que llegaba desde el otro lado del Atlántico. Este cambio quedaría sellado con dos hechos muy significativos. Por una parte, la grabación en 1957 por parte de Korner y Davies del que se considera primer LP de blues británico de la historia (Blues from the Roundhouse, 77 Records) y firmado por Alex Korner's Breakdown Group Featuring Cyril Davis, al que más tarde seguiría el EP Blues from the Roundhouse Vol.1 (Tempo Records, 1958), acreditado esta vez como Alexis Korner Skiffle Group; y el que entre 1957 y 1958, el ya mencionado Chris Barber se dedicase a la encomiable labor de montar varias giras de músicos estadounidenses por Gran Bretaña, localizando muchas de las actuaciones en el Barrelhouse de Londres, por donde desfilaron gente como Big Bill Broonzy, Sister Rosetta Tharpe, Memphis Slim o Champion Jack Dupree. El 30 de octubre de 1958, Muddy Waters y su pianista Ottis Spann subieron al escenario del Barrelhouse, después de haber dinamitado los tímpanos de los británicos que se habían acercado a degustar el blues “rural” del folclore americano con el que fueron presentados, junto a la banda de Chris Barber, a lo largo de la gira británica que se inició el 16 de octubre en Leeds. La descarga de blues eléctrico fundió las conciencias de muchos de los colegiales que fueron “víctimas” de aquellas actuaciones como los Jagger, Richards, Plant, Page, Townsend, Daltrey, los hermanos Davies, Eric Burdon, Clapton, Beck, Peter Green, Mick Fleetwood o Van Morrison, entre otros, que hasta entonces acunaban su talento en los brazos del skiffle. Aquel cambio a lo eléctrico no sólo perturbó el concepto de lo que se consideraba folclore rural americano, sino que obligó a Cyril Davies y Alexis Korner a trasladar su centro de operaciones a un nuevo local, el Ealing Club (hasta ese momento conocido como el Ealing Jazz Club), por demasiado ruidosos. Este nuevo club (que casualmente estaba situado muy cerca de la tienda de amplificadores Marshall, inaugurada ese mismo 1962 por Jim Marshall, y de la que eran asiduos personajes como Pete Townshend o John Entwistle) comenzó a dar frutos en los siguientes años acogiendo la primera actuación de los Rolling Stones en enero de 1963, pero también nutriéndose de una prometedora cantera de músicos jóvenes como Eric Clapton, Jack Bruce o Ginger Baker y Jimmy Page (Cream, Yardbirds, Led Zeppelin), Pete Townsend, Keith Moon o John Entwistle (The Who), Eric Burdon (The Animals), Ronnie Wood y Rod Stewart (The Faces), Graham Bond, Dick Heckstall Smith.
Entrada del CBGB por David Godlis |
UFO (Berlín, 1988 - 1989). Una de las consecuencias de la caída del muro de Berlín fue el descubrimiento de la conexión musical existente entre Detroit y la ciudad alemana a través de la cultura techno. Detroit, después de convertirse en la cuna de la industria automovilística de EEUU, fue el epicentro de las primeras sacudidas de la etapa post industrial que llevaron a la ruina a miles de familias, y también de las revueltas raciales de los años sesenta. La deblacle económica de la ciudad y la crisis del petróleo de la década de los setenta, derivaron en la década posterior a que la frustración de muchos jóvenes se canalizara a través de la cultura del escapismo tomando la tecnología como herramienta para la creación artística. De ahí surgió un movimiento profundamente político y social denominado Underground Resistance (UR) que buscaba, bajo la filosofía DIY (Do it yourself) darle una vuelta al sonido negro que habían heredado de sus padres (soul, jazz, hip-hop) y convertirlo en algo futurista elaborado a base potentes bombos y líneas de bajo. Nada de melodía, solo ritmo y textura. Como cita Daniel Verdú "La idea era desvincular el movimiento de la industria musical. Un cruce entre Malcolm X y Kraftwerk (...) El eje entre Berlín y Detroit fue en gran medida Hard Wax, una tienda de discos fundada por reconocidos artistas (hoy) como Moritz Voon Oswald y Max Ernestus que importaba cada semana música del otro lado del Atlántico. A través de los discos que llegaban de UR con la galleta central negra y un único número de teléfono como referencia, no tardaron en ponerse en contacto con aquellos “negros que no consumían drogas” y que prácticamente no habían escuchado sus discos en clubes. Mills, Banks, Hood o Rolando (este bastante más tarde) descubrieron en Berlín un espacio que se adaptaba mucho mejor a su propuesta que su ciudad natal. (...) Los nuevos clubes surgidos en el este de la ciudad burlaban la ley a través licencia de galerías de arte con barra. Los atronadores desfiles musicales que cruzaban de día la céntrica Ku’Damm, como la Love Parade (que empezó con 150 participantes y llegó a reunir a un millón y medio), lograron los permisos bajo el amparo constitucional del derecho a la manifestación. Bailar, como casi todo en la vida, era hacer política" El techno nació en Detroit, pero creció en Berlín. A través de las ondas y de la música, se fue propagando la nueva fe. La música se convertía en un vehículo de liberación que buscaba una utopía futurista y democrática. Con la excusa de la libre manifestación, en las calles de Berlín Oriental comenzaron a aparecer fiestas, que poco a poco se precipitaron por sumideros para colarse en espacios reducidos, clandestinos y la mayoría de las veces claustrofóbicos, como sótanos y bunkers, donde las atmósferas de humo y luces lograban tácticas de escapismo de la realidad. Dentro de toda aquella arquitectura, habría que destacar el UFO con 1900 metros cuadrados, como posible primer local de techno berlinés. Un club para apenas cien personas, con una altura de 1,90 metros de alto, situado en el sótano de un antiguo edificio residencial, y que como dato pintoresco tiene en su haber la primera celebración de la fiesta posterior al primer Love Parade allá por 1989. Una característica muy significativa de aquellos primeros templos del techno, era que el DJ compartía espacio con el público (ravers), todo un guiño a la igualdad, acentuando el entretenimiento y la fiesta como principales motivos de reunión. No existían barreras de clase, ni ese púlpito que más tarde fue erigiéndose para endiosar a la figura del DJ, y que anunció la llegada del negocio a la cultura techno. El UFO dio paso tras su cierre al Tresor, inaugurado esta vez en el Berlín Oriental en una cámara acorazada subterránea de unos grandes almacenes construidos en 1926, donde se mantendría hasta 2005. En el trabajo exhaustivamente documentado de Ignacio Martín Vallejo, La cultura del techno. Los espacios de fiesta en Berlín (Upm, 2019), se analiza arquitectónicamente la aparición de estos lugares, mencionando además del UFO y Tresor, otros como el Planet, dentro de una antigua fábrica de jabón, o el E-Werk, en una subestación eléctrica.
Interior del Tresor. Giesemann/Schula |
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