viernes, 16 de abril de 2021

# 68. Palacios de la música

¿Algún joven en la sala? Porque si es así, quizá le sorprenda saber que antes de que los algoritmos de Spotify o Youtube gobernasen nuestros gustos, las tendencias musicales daban sus primeros pasitos en las calles, antes de institucionalizarse en locales que extraían la esencia de su sonido en forma de gloriosas actuaciones, y mucho antes de que la industria musical materializase todo aquello en formidables álbumes. 

Con un guiño a todas esas salas de música en directo que hoy están cerradas debido al Covid, en el reto de hoy queremos rendir homenaje a seis espacios míticos de la historia de la música que ejercieron de transmisores de la energía circundante, incluyendo cambios sociales o culturales en ciernes, ayudando a que muchos artistas traspasasen la línea de lo imborrable. Pasen y vean.

Portada del libro Café Society (UIP, 2009),
con ilustración de Paul Colin 

Café Society, Nueva York (1938-1948). Club de jazz regentado por Barney Josephson entre los años 1938 y 1948 en la ciudad de Nueva York, que cambió por completo el panorama artístico estadounidense. La idea de Josephson, hijo de emigrantes letones que habían llegado a EEUU en 1900, era reproducir el ambiente de los cabarets que había conocido durante sus viajes por Europa, en los que la sátira y la bohemia formaban una parte importante de su identidad. Esa mano tendida a lo prohibido y políticamente poco correcto, vendría engalanada por el hecho de que el Café Society se convertiría en el primer club interracial de Nueva York (y seguramente de Estados Unidos), en el que se trataba por igual a los músicos y clientes, independientemente de su raza o color de piel, a diferencia de otros locales como el famoso Cotton Club que pregonaba "un auténtico entretenimiento negro para una audiencia adinerada blanca". El nombre del local, y su filosofía de vida, pretendía ser una mofa al clasismo imperante ya que, antes de que en los años 50 se popularizara el término Jet set, la expresión que se utilizaba para referirse a la gente "con clase" era la de Café Society. Sus paredes estaban adornadas con murales artísticos y bufonescos dirigidos hacia aquella "alta sociedad", y nada más llegar al local el portero recibía a los asistentes con un “Bienvenidos al Café Society, el lugar equivocado para la gente correcta”. Pero aunque las apariencias importan, la música importa más. Con la ayuda del fotógrafo Sam Shaw, Josephson conoció a la pieza clave del proyecto: John Hammond. Un tipo de "buena familia" y un olfato exquisito para los sonidos afroamericanos que acabaría por convertirse en el editor musical del local. Hammond compartía la lucha por los derechos civiles de los negros junto con su amor por el jazz (en 1938 produjo el espectáculo From Spirituals to Swing en el Carnegie Hall, donde presentaba la evolución de la música negra en Estados Unidos, y que ya tuvo problemas de financiación por querer aglutinar a una audiencia mixta), lo que le había llevado a trabajar de DJ, y de cazatalentos descubridor de figuras como Count Basie o Billie Holiday. Así, y gracias a la labor de Hammond, el Café Society sirvió de rampa de lanzamiento de nombres tan deslumbrantes como Ruth Brown, Hazel Scott, Pete Johnson, Albert Ammons, Big Joe Turner o Sarah Vaughan. Como dato curioso, Billie Holiday estrenó allí su estremecedora versión del poema de Abel Meeropol sobre los linchamientos racistas, Strange Fruit. El impacto que causó en la audiencia fue de tal magnitud, que Josephson pedía a Holiday que cerrara siempre con esta canción, sin bises, mientras él se encargaba de mantener la sala totalmente a oscuras (únicamente con un foco sobre la cantante) y el servicio de los camareros detenido. En 1948, la caza de brujas que se había iniciado contra el hermano de Barney Joshepson, Leon (quien ejercía de abogado y miembro del partido comunista norteamericano), trajo consigo la mala prensa del local y su posterior cierre por una perdida sangrante de clientela. A los cinco años de cerrar el local, Josephson abrió una cadena de pollerías que llamó The Cookery, que gracias a las amistades musicales que había cultivado en el Café, acabó convirtiéndose de manera casi casual en un local con música en vivo hasta su cierre en 1984.

Café Society. Fotografía de Gjon Mili
Actuación en el Café Society. Fotografía de Gjon Mili

100 Club, Londres (1942-actualidad). Mítico club de Londres, para más pistas situado en el número 100 de la calle Oxford (centro comercial de la ciudad), que abrió sus puertas en 1942 con el atractivo reclamo de ser el primer club de jazz de la "City", y que desde entonces ha visto pasar por su escenario a prácticamente todo el abanico estilístico que se pueda uno imaginar. En sus inicios, bajo el nombre de Feldman Jazz Club y con la presencia de soldados estadounidenses por la Segunda Guerra Mundial, llegó a convertirse en la meca de la música negra en Londres, e incluso la publicidad del local (situado en un sótano) venía a invitar al público a que se olvidase de las bombas y viniese a bailar Jitterbug ‘Forget the Doodle bug-Come and Jitterbug-At the Feldman Club’‘Forget the Doodle bug-Come and Jitterbug-At the Feldman Club’. Louis Armstrong o Benny Goodman, actuarían en la década de los cincuenta, antes de que la etapa del jazz tradicional primero, y el aterrizaje del blues eléctrico en los sesenta después, dieran pie a dos de los sonidos británicos por excelencia: el blues británico y el beat. En 1964, el local cambiaría de nombre al actual, recibiendo las actuaciones de gente como The Animals, John Mayall & Blues Breakers o The Kinks (quienes por cierto actuaban como banda residente). Pero pese a lo granado de su programación en sus más de ochenta años de historia, si por algo debe de ser recordado el 100 Club es por el alunizaje del punk británico en su propiedad, en la segunda mitad de los setenta. Durante dos noches de septiembre de 1976, el local acogió el que se denominó "The 1976 Punk Special" en las que ocho bandas, la mayoría sin contrato discográfico en aquel momento y que atendían a nombres como The Sex Pistols, The Clash, Siouxsie & The Banshees, The Damned, The Vibrators o Buzzcocks, sacaron de las alcantarillas un movimiento que, como cita el que fuese director Ron Watts del 100Club en su biografía (A Hundred Watts, Heroes Publishing 2006), "pasó de ser un culto subterráneo a ser un movimiento de masas (...) Casi podíamos sentir a los cazatalentos esperando fuera, en Oxford Street”. Tras aquel fogonazo y siguiendo el olfato de reinventarse o morir, fue hogar de sesiones de reggae, northern soul y hasta programó, durante los años ochenta, conciertos a cargo de músicos exiliados del régimen del apartheid sudafricano capitaneados por el baterista Julian Bahula que sirvieron tanto como un lugar de reunión en el exilio, como para dar visibilidad a la situación política de Sudáfrica. En los años noventa se adelantaron a la ola britpopera recibiendo directos de Suede, Blur, Oasis o Kula Shaker, que alternaban con actuaciones sorpresa de grandes nombres como Metallica o Rolling Stones. Hasta la actualidad, el 100 Club ha sobrevivido a la gentrificación con un máxima que exhibía el que fuera su director entre los años 1964 y 2001, Roger Horton, en el libro que en 2017 celebraba el 75 aniversario de la sala (100 Club Stories, Ditto 2018) “Si me parecía que lo que proponían era razonablemente rentable estaban dentro, fuera la música que fuera”. 

Sex Pistols en el 100 Club, 1976. Fotografía de Ray Stevenson
Sex Pistols en el 100 Club, 1976. Fotografía de Ray Stevenson

London Blues & Barrelhouse (Londres, 1957-1961). Local capitaneado entre 1957 y 1961 por Cyril Davies y Alexis Korner (que en 1961 fundarían los que muchos consideran el primer grupo de blues británico de la historia, Blues Incorporated) y cuya relación se remonta al periodo de postguerra en el que ambos coincidieron en la banda del músico de jazz Chris Barber. Barber fue una figura esencial de la historia de la música británica, ya que ayudó a popularizar el skiffle (género que se podría acuñar como una rama británica del rock n roll estadounidense, enraizado en el jazz primitivo de Nueva Orleans, y muy relacionada con las privaciones de la posguerra ya que se solía tocar con instrumentos caseros como tablas de lavar, ollas o escobas, llegando a ser definido como "un rock and roll sin electricidad"). Inicialmente, el London Blues & Barrelhouse comenzó siendo un local de skiffle, el London Skiffle Club, inaugurado en 1955 por el propio Cyril Davies junto a Bob Watson. Pero cuando Watson se marchó en 1957 para unirse a Dickie Bishop's Sidekicks, Davies decidió llamar a su antiguo compañero Alexis Korner para refundar el local embadurnándolo, esta vez, del blues que llegaba desde el otro lado del Atlántico. Este cambio quedaría sellado con dos hechos muy significativos. Por una parte, la grabación en 1957 por parte de Korner y Davies del que se considera primer LP de blues británico de la historia (Blues from the Roundhouse, 77 Records) y firmado por Alex Korner's Breakdown Group Featuring Cyril Davis, al que más tarde seguiría el EP Blues from the Roundhouse Vol.1 (Tempo Records, 1958), acreditado esta vez como Alexis Korner Skiffle Group; y el que entre 1957 y 1958, el ya mencionado Chris Barber se dedicase a la encomiable labor de montar varias giras de músicos estadounidenses por Gran Bretaña, localizando muchas de las actuaciones en el Barrelhouse de Londres, por donde desfilaron gente como Big Bill Broonzy, Sister Rosetta Tharpe, Memphis SlimChampion Jack Dupree. El 30 de octubre de 1958, Muddy Waters y su pianista Ottis Spann subieron al escenario del Barrelhouse, después de haber dinamitado los tímpanos de los británicos que se habían acercado a degustar el blues “rural” del folclore americano con el que fueron presentados, junto a la banda de Chris Barber, a lo largo de la gira británica que se inició el 16 de octubre en Leeds. La descarga de blues eléctrico fundió las conciencias de muchos de los colegiales que fueron “víctimas” de aquellas actuaciones como los Jagger, Richards, Plant, Page, Townsend, Daltrey, los hermanos Davies, Eric Burdon, Clapton, Beck, Peter Green, Mick Fleetwood o Van Morrison, entre otros, que hasta entonces acunaban su talento en los brazos del skiffle. Aquel cambio a lo eléctrico no sólo perturbó el concepto de lo que se consideraba folclore rural americano, sino que obligó a Cyril Davies y Alexis Korner a trasladar su centro de operaciones a un nuevo local, el Ealing Club (hasta ese momento conocido como el Ealing Jazz Club), por demasiado ruidosos. Este nuevo club (que casualmente estaba situado muy cerca de la tienda de amplificadores Marshall, inaugurada ese mismo 1962 por Jim Marshall, y de la que eran asiduos personajes como Pete Townshend o John Entwistle) comenzó a dar frutos en los siguientes años acogiendo la primera actuación de los Rolling Stones en enero de 1963, pero también nutriéndose de una prometedora cantera de músicos jóvenes como Eric Clapton, Jack Bruce o Ginger Baker y Jimmy Page (Cream, Yardbirds, Led Zeppelin), Pete Townsend, Keith Moon o John Entwistle (The Who), Eric Burdon (The Animals), Ronnie Wood y Rod Stewart (The Faces), Graham Bond, Dick Heckstall Smith


The Cavern (Liverpool, 1957- actualidad). Pese a que el local estuvo involucrado en la gestación de la escena beat en la década de los sesenta en Reino Unido, su importancia radica en haber estado íntimamente ligado a la historia de The Beatles. El primer concierto de George Harrison, Paul McCartney y John Lennon, con Stuart Sutcliffe al bajo y Pete Best a la batería, fue en febrero de 1961 justo después de regresar de su mítico periplo por Hamburgo. Hamburgo en 1960 era una ciudad que había renacido de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial gracias principalmente a la importancia de su puerto (el mayor de Alemania y uno de los más grandes del mundo) que la aupaba como un motor fundamental del país, pero sobre todo por la presencia de marineros con dinero fresco y ganas de fiesta, además de mafias variadas, que convirtieron a esta ciudad portuaria en el principal hervidero de vicio de Europa. Aquella juerga, entre otras cosas, demandaba grupos a granel de rock 'n roll (en pleno auge por aquel entonces en EEUU), pero como los grupos americanos salían muy caros, desde lugares bastante más deprimidos económicamente, comenzaron a enviar bandas de jóvenes músicos a la ciudad alemana. Aquel suministro llegó principalmente desde Reino Unido donde, a finales de la década de 1950 y con la escena skiffle en declive entre la juventud, surgió una cultura floreciente de grupos musicales en ciudades como Liverpool, Manchester, Birmingham o Londres. La decadencia industrial reinante, sumado a una acuciante depresión social y, en el caso de Liverpool, la existencia de un puerto importante con vínculos con Estados Unidos que permitía el acceso a instrumentos musicales de una forma más sencilla que en el resto de Europa, hizo el resto. Aquellas bandas, muchas de ellas inexpertas, estaban fuertemente influenciadas por los grupos estadounidenses de la época, como Buddy Holly o Elvis, pero pasadas por el tamiz de un ritmo muy característico que fue cogiendo forma rápidamente. Aquel ritmo, conocido a posteriori como el sonido beat (o Mersy beat, en honor al río que desemboca en Liverpool) se cimentó de Alemania Occidental, con la participación de muchos de esos grupos ingleses que aparecieron por allí a apaciguar a los marineros alemanes. Como describe el periodista Alan Clayson "la base del ritmo beat es un cuatro por cuatro inmutable en la caja", y esto era especialmente importante a la hora de enfrentarse a repertorios maratonianos donde con más bien pocas habilidades técnicas había que desplegar un arsenal de versiones de lo más variado. Y es que las circunstancias en las que estos grupos "importados" actuaban en aquellos locales no eran precisamente ideales. Los Beatles, por ejemplo, tras aterrizar en el local Indra de Hamburgo sin mucho éxito, pasaron al Kaiserkeller de la misma ciudad donde se chutaban sesiones de entre seis y doce horas, alternando versiones de discos enteros de Buddy Holly, Little Richard o Fats Domino. Aquellas jornadas empapadas en alcohol y anfetaminas, y jaleados por dulces marineros alemanes (las noches de "sangre y lágrimas", que citan en alguna de sus biografías), acabaron por curtir por las bravas a las criaturas hasta tal punto que cuando regresaron a su Liverpool natal, muchos de sus paisanos no les reconocieron. Pero lo que nadie esperaba, es que la leyenda de aquellos chavales fuera a comenzar justamente en ese momento, con la ayuda de un local conocido como The Cavern. Su propietario, Alan Sytner abrió The Cavern Club inspirado en el local de jazz parisino, Le Caveau de la Huchette, que como muchos otros lugares similares de la capital francesa se localizaba en una bodega. Cuando Sytner regresó a Liverpool dio con un almacén de frutas (que había sido utilizado como refugio antiaéreo en la Segunda Guerra Mundial), y aquella fue la localización elegida para que el 16 de enero de 1957 abriera sus puertas The Cavern como club de jazz. Unos meses después, en agosto de 1957, los Quarrymen (que contaban con un jovencísimo John Lennon como representante de lo que más tarde serían los Beatles) tocarían como banda de skiffle en el interludio de la actuación de dos bandas de jazz (se cuenta que incluyendo una versión de Elvis Presley para disgusto del propietario) pero no sería hasta 1959, cuando Sytner vendió el club a Ray McFall, cuando el blues y el beat comenzaron a hacerse hueco en su sonido. Por allí pasaría lo más granado de la escena como The Rolling Stones, The Yardbirds, The Hollies, The Kinks, The Who, y por supuesto The Beatles, quienes tras su aventura alemana tocaron allí la friolera de 292 veces entre 1961 y 1963, convirtiéndolo en todo un escaparate musical que les sirvió, entre otras cosas, para el fichaje de Brian Epstein como manager. Su última aparición en agosto de 1963, pocos meses antes de su viaje a Estados Unidos, con dos números uno a sus espaldas, su segundo álbum a punto de salir del horno, y la beatlemanía en ebullidión. Desde aquellos años dorados, el club ha lidiado con todo tipo de penurias. En 1973 fue demolido para el acondicionamiento de la línea de metro de Liverpool; en 1984 reabierto y reconstruido con parte de los ladrillos originales (ocupando tres cuartas partes del espacio original), y de nuevo en 1989 volvió a cerrar por dificultades económicas. En 1991 abrió nuevamente, y desde entonces ha ido sobreviviendo con buenas dosis de nostalgia, sesiones de música las décadas de sus días gloriosos y, como tantos otros, con un futuro incierto en su horizonte.  

Interior de The Cavern durante una actuación. Max Scherer

CBGB (Nueva York, 1973- 2016). Cuyas siglas escondían los primeros estilos de música que se daban cita entre sus paredes (country, bluegrass y blues), aunque en la segunda parte del nombre se deslizasen las siglas de OMFUG (Other music for uplifting gormandizers, que significa algo así como “y otras músicas para consumidores compulsivos”). Quizá lo último que pudo imaginarse su propietario, Hill Kristal, allá por 1973 es que su local acabaría siendo un campo de pruebas para la explosión del punk en la escena neoyorkina. Pero cuando Kristal tuvo dificultades para contratar a grupos de country en su club del barrio Bowery, decidió abrir sus puertas a otros tipos de música rock, comenzando por dar oportunidad a jóvenes que en aquellos años tenían complicado eso de encontrar espacios para tocar (algo que también ocurriría en la historia de los Radio Birdman y su FunHouse). Lo único que se exigía era que los grupos llevasen sus propios instrumentos y que basasen su actuación en música propia, lo cual era todo un aliciente para todos aquellos grupos noveles. El enclave del local tiene mucho de lo que defiende Ted Gioia en su libro La música (Turner, 2021): Bowery en los años setenta era lo último que se pudiese entender como una zona acomodada. En sus calles los yonkis, mendigos y moteros formaban parte del paisaje habitual, y ese caldo de cultivo surgido de lo fronterizo fue clave para que se crease la chispa. Con este percal, por allí fueron cayendo los Blondie –cuando aún eran The Stilettos-, Patti Smith, Misfits, Cramps, Johnny Thunders and The Heartbreakers, The Dictators, The Dead Boys o Suicide, y hasta bandas de la ola británica, como Damned o Sex Pistols, pasaron por allí para obtener su bendición. De repente, actuar en el CBGB se convirtió de la noche a la mañana en sinónimo de ser alguien en la escena punk y new wave de finales de los setenta en Nueva York, hasta tal punto que gente como unos consagradísimos Police o Lou Reed hacían hueco para tocar en su escenario. A partir de los ochenta, con la rápida caída del fenómeno punk y siguiendo su olfato por lo radical, Kristal apostó por el hardcore con bandas como Beastie Boys, Stick Of It All o Agnostic Frost, e incluso la aparición de bandas como Living Colour, Sonic Youth o Butthole Surfers le dio sus momentos. Pero a parte de acontecimientos puntuales como cuando Pearl Jam o Guns & Roses guardaban fechas para tocar en sus tablas como reconocimiento a su historia, con el tiempo el local acabó ingresando más por el merchandising de sus siglas (más de dos millones al año) que por las entradas de los conciertos y consumiciones. El cambio de las tendencias musicales, junto con la revalorización inmobiliaria del barrio, hizo que la amenaza de desahucio acabase por materializarse justo después del concierto de despedida en el que participaron Blondie y Patti Smith el 16 de octubre de 2006.  

Entrada del CBGB por David Godlis


UFO (Berlín, 1988 - 1989). Una de las consecuencias de la caída del muro de Berlín fue el descubrimiento de la conexión musical existente entre Detroit y la ciudad alemana a través de la cultura techno. Detroit, después de convertirse en la cuna de la industria automovilística de EEUU, fue el epicentro de las primeras sacudidas de la etapa post industrial que llevaron a la ruina a miles de familias, y también de las revueltas raciales de los años sesenta. La deblacle económica de la ciudad y la crisis del petróleo de la década de los setenta, derivaron en la década posterior a que la frustración de muchos jóvenes se canalizara a través de la cultura del escapismo tomando la tecnología como herramienta para la creación artística. De ahí surgió un movimiento profundamente político y social denominado Underground Resistance (UR) que buscaba, bajo la filosofía DIY (Do it yourself) darle una vuelta al sonido negro que habían heredado de sus padres (soul, jazz, hip-hop) y convertirlo en algo futurista elaborado a base potentes bombos y líneas de bajo. Nada de melodía, solo ritmo y textura. Como cita Daniel Verdú "La idea era desvincular el movimiento de la industria musical. Un cruce entre Malcolm X y Kraftwerk (...) El eje entre Berlín y Detroit fue en gran medida Hard Wax, una tienda de discos fundada por reconocidos artistas (hoy) como Moritz Voon Oswald y Max Ernestus que importaba cada semana música del otro lado del Atlántico. A través de los discos que llegaban de UR con la galleta central negra y un único número de teléfono como referencia, no tardaron en ponerse en contacto con aquellos “negros que no consumían drogas” y que prácticamente no habían escuchado sus discos en clubes. Mills, Banks, Hood o Rolando (este bastante más tarde) descubrieron en Berlín un espacio que se adaptaba mucho mejor a su propuesta que su ciudad natal. (...) Los nuevos clubes surgidos en el este de la ciudad burlaban la ley a través licencia de galerías de arte con barra. Los atronadores desfiles musicales que cruzaban de día la céntrica Ku’Damm, como la Love Parade (que empezó con 150 participantes y llegó a reunir a un millón y medio), lograron los permisos bajo el amparo constitucional del derecho a la manifestación. Bailar, como casi todo en la vida, era hacer política" El techno nació en Detroit, pero creció en Berlín. A través de las ondas y de la música, se fue propagando la nueva fe. La música se convertía en un vehículo de liberación que buscaba una utopía futurista y democrática. Con la excusa de la libre manifestación, en las calles de Berlín Oriental comenzaron a aparecer fiestas, que poco a poco se precipitaron por sumideros para colarse en espacios reducidos, clandestinos y la mayoría de las veces claustrofóbicos, como sótanos y bunkers, donde las atmósferas de humo y luces lograban tácticas de escapismo de la realidad. Dentro de toda aquella arquitectura, habría que destacar el UFO con 1900 metros cuadrados, como posible primer local de techno berlinés. Un club para apenas cien personas, con una altura de 1,90 metros de alto, situado en el sótano de un antiguo edificio residencial, y que como dato pintoresco tiene en su haber la primera celebración de la fiesta posterior al primer Love Parade allá por 1989. Una característica muy significativa de aquellos primeros templos del techno, era que el DJ compartía espacio con el público (ravers), todo un guiño a la igualdad, acentuando el entretenimiento y la fiesta como principales motivos de reunión. No existían barreras de clase, ni ese púlpito que más tarde fue erigiéndose para endiosar a la figura del DJ, y que anunció la llegada del negocio a la cultura techno. El UFO dio paso tras su cierre al Tresor, inaugurado esta vez en el Berlín Oriental en una cámara acorazada subterránea de unos grandes almacenes construidos en 1926, donde se mantendría hasta 2005. En el trabajo exhaustivamente documentado de Ignacio Martín Vallejo, La cultura del techno. Los espacios de fiesta en Berlín (Upm, 2019), se analiza arquitectónicamente la aparición de estos lugares, mencionando además del UFO y Tresor, otros como el Planet, dentro de una antigua fábrica de jabón, o el E-Werk, en una subestación eléctrica. 

Interior del Tresor. Giesemann/Schula


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