Si alguna vez habéis paseado por los alrededores de la catedral de Santiago de Compostela, quizá os hayáis topado con la figura de un guitarrista con el rostro cubierto por un pasamontañas, gafas negras, sombrero y unos prominentes labios postizos que sostienen un cigarro pegado: es Jazzman. Un músico que desde hace más de 20 años, lleva llenando el casco viejo compostelano de Bossa Nova, Jazz y otros ritmos agradables.
Para Jazzman no pasan los años. Su música se convierte parte del paisaje, de la arquitectura del lugar, eliminando la mediadora figura del ego musical. No entran consideraciones físicas, personales, ni siquiera la empatía que el músico callejero tiene la obligación de despertar en sus oyentes. Sólo existe su música.
Pero la idea del anonimato musical no siempre trata de que el oyente disfrute plenamente de su dimensión artística. Puede que el músico busque despertar el morbo de lo prohibido, salvar el cuello o huir de ataqies de pánico por su exposición al público. Por este motivo, en este nuevo reto musical, nos hemos planteado indagar sobre las motivaciones y puesta en escena de varios de los músicos “clandestinos” más interesantes con los que nos hemos topado en este baile de máscaras. Pasen y vean.
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Pussy Riot por Igor Mukhin |