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Foto de Jason Everman
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Christopher John Boyle, quien tras el divorcio de sus padres adoptaría el apellido materno para convertirse en
Chris Cornell, nació el 20 de julio de 1964 en la ciudad norteamericana de Seattle. Esa ciudad a la que, como reza el título del libro y la canción
Overblown de
Mudhoney de la que toma el nombre, "todo el mundo adoraba" después de que en los años noventa a alguien se le ocurriera arrojar a todos aquellos inadaptados
seattlenienses al consumo de masas bajo aquella extraña etiqueta del grunge. Nuestro amigo Chris no sólo estaba allí mientras semejante pepinazo tomaba la forma de explosión nuclear, sino que su banda
Soundgarden fue una de las incluidas en aquel recopilatorio de 1986 llamado
Deep Six, que lanzó el sello
C/Z (padre, junto con el sello
Sub Pop, de todo aquello), y que los arqueólogos musicales datan como la primera evidencia del
grunge en nuestra era. Casi nada. Después de aquello sería el propio
Jack Endino, integrante de
Skin Yard y productor de
Sub Pop, quien se encargaría en 1987 del primer EP de la banda,
Screaming Life, antes de que en 1988 la banda materializara su puesta de largo con el LP
Ultraomega Ok, esta vez bajo el sello
SSP.
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Eddie Vedder junto a Chris Cornell en Lollapalooza, 1992.
Foto de Lance Mercer |
Tras lanzar su segundo trabajo
Louder Than Love (A&M, 1989), y antes de que todo saltara por los aires definitivamente, la endogámica escena de Seattle todavía tuvo tiempo para que Cornell fuera testigo en primera persona de la creación de otro de los grandes referentes del movimiento,
Pearl Jam. La repentina muerte en 1990 de
Andy Woods, líder de
Mother Love Bone y amigo personal de la voz de
Soundgarden, derivó en un disco homenaje titulado
Temple of the dog (A&M, 1991), que el cantante grabó junto con los músicos que pocos meses después acabarían formando la banda de la
mermelada de perlas. Es decir, el batería de
Soundgarden, Matt Cameron, los guitarristas
Mike McGready y
Stone Gossard, el bajista
Jeff Ament y un jovencísimo
Eddie Vedder en las voces.
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Soundgarden. Foto de Robert Matheu
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Pero pese a la efervescencia de aquel caldo de cultivo, hasta ese momento todos los movimientos seguían ocurriendo bajo la superficie del
mainstream. 1991 fue el año en el que la revolución de la mugre salió a la luz y alcanzó su máxima virulencia coincidiendo con la edición casi simultánea de tres álbumes que se convertirían en pilares maestros de aquel nuevo evangelio musical, y que no fueron otros que el debut de
Pearl Jam con
Ten (Epic, 1991), la detonación sin control que supuso el segundo álbum de
Nirvana,
Nevermind (Geffen, 1991), y el tercer álbum de
Soundgarden,
Badmotorfinger (A&M, 1991).
Estas tres bandas, junto con
Alice in Chains, pasaron a ser de la noche a la mañana las abanderadas de un movimiento que por fin logró cristalizarse después de años fraguándose en los sótanos de Seattle y que consiguió llenar las calles de camisetas raídas y franelas de cuadros, arrasando de las ondas el mensaje de despreocupación y fiesta continua que pregonaba el
glam rock de los años ochenta, y convirtiéndolo en la infelicidad malhumorada que desde entonces comenzó a escupir la MTV.
De estos "cuatro jinetes del grunge", pese a no tener demasiado que ver entre ellos, el sonido de
Soundgarden siempre fue el más complejo de los cuatro y, sin duda, el menos conformista. Así, los encantos hipnóticos de la guitarra de
Kim Thayil, la fluida oratoria en las baquetas del grandísimo
Matt Cameron y la profundidad del bajo de
Ben Sheperd, sirvieron de ecosistema idóneo para que la garganta de
Chris Cornell atrapara a todo aquel que entrase en el campo de frecuencia de unas privilegiadas cuerdas vocales, que tallaban susurros o rabiosos alaridos sobre composiciones oscuras que no olvidaban su punto de dulzura.
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Soundgarden. Foto de Ed Sirrs
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Aunque todo el talento condensado en aquel
Badmotorfinger no alcanzó el mismo éxito comercial que sus contemporáneos, la belleza y la voz superlativa de Cornell ayudó a subirles en aquel tren de magníficos desde el que editarían tres años más tarde el que fue su trabajo más reconocido entre el público,
Superunknown (A&M, 1994), en el que se alejaban de su sonido más agresivo y ampliaban su propuesta con temas como
Black hole sun,
Fell on black days o la tremenda
Day I tried to live. La onda expansiva que supuso el éxito de aquel disco se solapó con la edición y gira de su siguiente trabajo,
Down on the upside (A&M, 1996), lo que alimentó los excesos y fricciones que acabarían por precipitar el que la banda anunciara su separación en 1997.
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Audioslave. Foto de Danny Clinch
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Tras ella, Cornell publicó el disco
Euphoria morning (A&M, 1999), junto con miembros de la banda
Eleven, que incluía ese gran
jitazo llamado
Can’t change me, antes de que en 2002 el productor
Rick Rubin llegara para provocar el parto de uno de los proyectos más interesantes del comienzo de milenio:
Audioslave. La "superbanda
" que reunía la sección instrumental de
Rage Against The Machine (que había anunciado su separación dos años antes), con
Tom Morello a la guitarra,
Brad Wilk en las baquetas y
Tim Commeford al bajo, junto a la voz de
Chris Cornell, fue todo un bombazo mediático que dejó un legado de tres discos en sus apenas cuatro años de existencia. Después de su debut con
Audioslave (Interscope, 2002), editaron casi consecutivamente
Out of exile (Interscope, 2005) y
Revelations (Interscope, 2006), en los que la formación logró destilar un sonido bastante alejado de sus dos bandas madres, simplificando tanto la fórmula como la carga política de sus composiciones, pero incapaz de esconder la engrasada maquinaria que formaba el trío de
RATM junto con el fantástico momento de forma que vivía la voz de Cornell, quien mostraba una faceta más cálida y menos aguda que en su etapa de
Soundgarden pero asombrosamente poderosa y atractiva.
Aunque
Audioslave dejara algo fríos a los seguidores de
RATM y de
Soundgarden, es innegable que el combo supo lucirse en una colección de cortes de factura y producción extraordinarias a la que es difícil encontrarle fisuras. Su repertorio estaba gobernado, quizás en exceso, por medios tiempos de alta gama entre los que sobresalen joyas como las enérgicas
Cochise, Your time has come, Drown me slowly o
Man or animal, o las más pausadas
Wide awake, Heaven's dead o la
megaradiada Like a stone.
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Foto de Lynn Goldsmith |
Tras la aparición del disco
Revelations,
Audioslave anunció su disolución de forma un tanto precipitada, aludiendo diferencias personales y compositivas irreconciliables. Después de eso, y tras dos álbumes en solitario,
Carry on (Interscope, 2007) y aquel extraño experimento que supuso
Scream (Interescope, 2008),
Chris Cornell se embarcó en una serie de conciertos acústicos en los que repasaba su carrera con la única compañía de su guitarra, y que quedarían recogidos en el lanzamiento del directo
Songbook (Universal, 2011), antes de que en un año después
Soundgarden volviera a los estudios para anunciar su retorno con el estupendo
King animal (Universal, 2012).
En 2015 había lanzado su último disco en solitario
Higher truth (Universal, 2015), se hablaba de una gira con
Temple of the dog, de un nuevo disco con
Soundgarden tras la buena acogida de
King animal, y hasta aquel concierto
Anti-Trump tras las presidenciales en Estados Unidos de
Audioslave hacía pensar a los más optimistas con una reunión con Morello y compañía. Pero muy tristemente, cuando todo parecía que volvía a tomar altura, el bueno de Chris decidió parar su reloj el 18 de mayo después de un concierto con
Soundgarden en Detroit, ahorcándose en la habitación de su hotel.
Esta vez los fármacos que le sirvieron de apoyo durante muchos años y que le ayudaron a soportar sus adicciones, le guiaron hasta una esquina del laberinto desde la que no supo volver a la luz. Dicen que de pequeño se topó con una depresión que le acompañó toda su vida, pero lo cierto es que ya fuera con
Soundgarden,
Audioslave o armado a solas con su acústica, la autenticidad de su discurso superaba la imagen de tío guapo y personalidad atormentada que se había creado a su alrededor.
El hombre que siempre estuvo allí, "El Padrino" de la escena, pero sobre todo esa gran voz sobre la que orbitábamos atrapados por su magnetismo..nos ha dejado. Una verdadera lástima.
Descanse en paz.
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