Después de unos cuantos
conciertos sobre nuestras conciencias, son pocos los que se llevan el galardón
de llegar a formar parte del ADN musical de cada uno y que pueden presumir de
superar la barrera del simple recuerdo.
El pasado 3 de julio se
cumplieron nada más y nada menos que diez años de nuestra entrada por la puerta
grande en el mundo de los directos. Fue en la Plaza de toros de Vista Alegre de
Bilbao con la presentación del Sailing to Philadelphia del gran Mark
Knopfler, y hasta ahora por
lo menos para mí, este sigue siendo el momento musical más inolvidable en el
que he estado presente.
Recuerdo que aquel día amenazaba
lluvia en Bilbao. Me tragué dos horas de autobús consumiendo Dire Straits en el discman, y hasta nuestra
inocencia nos hacía pensar que estaríamos solos en el concierto. Ilusos. Con
los nervios de los principiantes ni siquiera nos atrevimos a llevar las míticas
cámaras de usar y tirar, la cola de entrada nos parecía interminable y al
acceder a los túneles de entrada, corríamos como si nos fuera la vida en ello
hasta pegarnos al culo de la primera barrera humana que vimos delante de
nosotros. Quietos como velas a pocos metros del escenario, durante varios
minutos no hablamos entre nosotros escudriñando cada detalle de lo que teníamos
ante nosotros. No teníamos sed ni hambre y no recuerdo cuanto tiempo llegamos a
estar allí pero, por miedo a perder la posición, sólo uno de nosotros fue a por
las míticas camisetas de aquel concierto (que por cierto actualmente es tamaño
mantel).
La hora señalada debió de llegar
y allí, a pocos metros de donde estábamos, Mark
Knopfler se había materializado en carne y hueso. Aleluya. Después de años
escuchando discos como On the night o Alchemy, nunca olvidaré
el momento en que este hombre apareció entre su banda como uno más, sin
artificios, con la luz de la tarde todavía entre nosotros, caminando hacia su
guitarra con el brazo en alto al compás de un público enfervorizado que le
recibía como a una leyenda. Supongo que eso, y que comenzaran con Calling
Elvis y Walk of life, me sumió en un profundo estado de shock del
que todavía no me he debido de recuperar.
A lo largo de los primeros
compases del concierto, la banda nos llevaba en brazos por un repertorio hecho
para noquear al personal desde
el primer round con canciones emblemáticas como What it is, Romeo and
Juliet o la incendiaria Sultans of Swing (¡¡qué punteo!!). Todo para
que a mitad del concierto MK se deleitara con sus composiciones más tranquilas y
con un público absolutamente entregado que hubiera aceptado un festival de
música polaca si el maestro así lo hubiera decidido. Pero con Junkie doll
daba inicio otro nivel de excelencia superior al que ya nos encontrábamos que
se calentó con Pyroman, un tema inédito que nunca vio la luz, y que
culminó con Speedway from Nazareth y Telegraph road. El éxtasis.
No sé las veces que habré narrado como la banda iba cambiando de guitarra
conforme Speedway… subía de tono para que Mark Knopfler culminara punteando en el final de la canción.
Sublime.
Después la banda se retiró para
regocijarse detrás del escenario de la locura generada, y para volver pocos
minutos después con: Brothers in arms, Money for nothing, So far away y Wild
theme, momento en el que un feligrés gritó “¡Dejad a Dios!” mientras el
guitarrista se disponía a ejecutar el tema más hermoso que jamás ha escrito.
Casi nada. Si en algún momento he estado a punto de llorar en un concierto fue
este.
Y es que si todavía cuando
escribo esto me impresiona el repertorio y todas las sensaciones que vivimos,
no me sorprende recordar cómo después del concierto nos sentamos a las afueras
de la plaza de toros mientras repetíamos una y otra vez “pero… ¿qué hemos visto
ahí dentro?”
Qué grande fue todo, Tato.
Calling Elvis
Walk of Life
What It Is
Romeo and Juliet
Sultans of Swing
Done With Bonaparte
Who's Your Baby Now
Baloney Again
Prairie Wedding
Junkie Doll
Pyroman
Speedway at Nazareth
Telegraph Road
Encore:
Brothers in Arms
Money for Nothing
So Far Away
Wild Theme
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