domingo, 28 de octubre de 2018

Lo que mi perro ha escuchado este mes (XVIII)

Un repasito rápido a cómo está el patio, que tengo la despensa llena de género. Hoy, producto fresco a cargo de Ghost, Clutch, All Them Witches y High On Fire. No hace falta calentar.

Ghost por Mikael Erikkson
Ghost por Mikael Eriksson

Ghost. Prequelle. Por alusiones, me voy a explayar un poco. ¿Habéis visto la serie Stranger Things? Los que no, quizá hayáis oído hablar de ella y de que recuerda, tanto en su estética como en su trama, a grandes películas ochenteras como E.T. el extraterrestre o Los Goonies. Hasta hay quien dice, que su gran acierto comercial se basa en haber dirigido una poderosa carga nostálgica hacia el sector de la población que ahora mismo se sienta mayoritariamente a ingerir series de forma compulsiva. Pues bien, este nuevo Papado de los suecos (por si no lo sabéis, cada disco de Ghost está liderado por una figura Papal, alter ego de su cantante Tobias Forge, cuya última aparición correspondía al Papa Emeritus III, y que en esta ocasión ha sido sustituido por el Cardenal Copia), parece hacer uso de forma un tanto indiscriminada de esa nostalgia, buscando un efectismo "ochentero" que por momentos se hace demasiado premeditado. Y no es porque este Prequelle (Loma Vista, 2018) esté mal facturado, al contrario. Hay temas excelentísimos como Rats, además de una producción impecable, pero la sensación de exceso de cardado no se va en prácticamente todo el álbum. Es cierto que los enmascarados “satánicos” nunca han destacado por su originalidad en la composición, pero en sus discos anteriores todavía podía olisquearse “algo” de ese toque Serie B que les hacía más amigables y de donde, además, parecían nutrirse orgullosos. Pero que no cunda el pánico, diviértanse que para eso hemos venido porque este álbum tiene motivos para hacerlo, aunque para mí sea su trabajo menos atractivo. Rats es un temazo, cierto, y hasta Faith afila un poco los colmillos, pero que nadie espere mucho más. See the light es un tostón de principio a fin; Miasma es un divertido pasaje instrumental, pero tiene la forma de un descarte al que no han logrado poner letra; Dance Macabra es la banda sonora perfecta para una emotiva entrada en una sala de recreativos con mucho humo y cazadora vaquera remangada hasta los codos (que cada uno valore); Pro memoria se vuelve a pasar de frenada con la épica; Witch Image te eleva el puño en alto (otra vez), mientras que al menos Helvetensfoster viste un poco un trabajo que se va quedando sin ideas conforme avanza y al que le sobran momentos sensibleros (¡Life Eternal es Roxette!). Si vemos el disco desde la perspectiva revival tiene su gracia (para enamorados de los viajes en el tiempo, echad un ojo al disco de HorisontAbout Time (Century Media, 2017)), pero cuesta sacar este disco de la categoría de tributo a los ochenta. No sé lo que durará el fenómeno Ghost, pero ya es un hecho de que si a todo esto le quitamos las máscaras y el halo maldito…se queda como un gato recién salido de la bañera. Hasta su álbum Meliora (Spinefarm Records, 2015) reconozco haber disfrutado abiertamente de los suecos. Tienen una acertadísima imagen, canciones fácilmente digeribles a las que cuelan un “soft satanismo” plagadas de melodías mucho (muchísimo) más cercanas a Abba que a In Solitude, pero disfrutables igualmente. El problema ha venido cuando hemos querido que todo esto sonase en un estadio. ..que cambiar a Bela Lugosi por Kevin Costner o Mercyful Fate por Bon Jovi tiene sus riesgos, y sus beneficios. 


Clutch. Book of bad decisions. El equilibrio entre un disco redondo y uno que no lo es, aunque parezcan similares, es tan complicado como saber porqué uno de los gemelos es a veces más guapo que el otro. Clutch llegaban a este Book of bad decisions (Weathermaker, 2018) con nuevo productor, Vance Powell (que ha trabajado con gente como Buddy Guy, Jack White o Red Fang), después de que Gene Freeman “Machine” les hubiese acompañado en sus dos últimos y grandísimos discos Earth Rocker (Weathermaker, 2013) y Psychic warfare (Weathermaker, 2015). Pues bien, aunque todo parece en el mismo sitio, la cosa no ha fluido de la misma manera. De primeras es un disco que se hace largo, no en cuanto a minutaje porque no supera la hora de duración, pero sí en el número de cortes, ya que de los quince que lo componen difícilmente nos habríamos quedado con más de diez. Los temas no serían mejores, pero habríamos concentrado la pegada, que es lo que le falta a este disco. Y es que salvo la canción que sirvió de adelanto del disco, Gimme the keys (y que es todo un puñetazo en la mesa), el resto del disco no acelera las pulsaciones en casi ningún momento. Eso sí, sólo oírlos tocar es un goce. Extra de actitud como siempre, unas letras con gancho y mala leche, y una banda engrasada como pocas. Neil Fallon sigue siendo nuestro orador predilecto, Jean Paul Gasper uno de los bateras con más sentimiento del negocio, y el polifacético y siempre perfecto Tim Sult a las guitarras, todo un superhéroe de las seis cuerdas. En cuanto a las canciones incluidas, además de la mencionada Gimme the keys, It walks like Barbarella con saxo y Vision quest, meten un estilo boogie que refresca algo el conjunto, y del resto nos podemos quedar con A good fire, Ghoul wranger, Weird times… y poquito más. Pero dadle una vuelta. Siempre se aprende algo.


All Them Witches. ATW. Llevo cosa de un año queriendo escribir algo sobre All Them Witches y no sé muy porqué no se ha dado la ocasión. Siempre pasa algo. Su anterior trabajo salió injustamente de lo mejor del año, por cuestiones que ahora mismo se escapan de mi comprensión, y los anteriores no los descubrí a tiempo. A lo tonto All Them Witches se ha convertido en una banda fantasma para este blog. Siempre están ahí y nunca se manifiestan. Pero cuando eres consciente de su presencia, como me ha ocurrido en este nuevo trabajo titulado homónimamente ATW (New West Records, 2018), nos damos de bruces con una maravillosa conjunción de psicodelia, folk, stoner y blues desértico de aire solitario y enigmático, a la que quedas irremediablemente atrapado. Como me pasaba con alguna de sus obras anteriores, por momentos tengo la sensación de estar ante un disco inacabado (de ahí que una mala tarde puedas pasar de ellos), como si no hubiesen invertido el tiempo suficiente en darle forma…pero, ay. Cuando menos te lo esperas, el viento cambia de dirección y aparece el hipnotismo de Diamond o la fantástica Harvest feast, un blues psicodélico y humeante de once minutos sobre el que parece girar todo este trabajo, y todas las piezas encajan. La magia, y el don, de no presentarse con una etiqueta concreta tiene estas cosas. Una gozada.


High On Fire. Electric messiah. ¿Un mal día? Tranquilidad, respirad hondo y sumergiros en uno de los mejores discos del año. Una cosita, vuestra masa cerebral… ¿la queréis para comer ahora o para llevar? Matt Pike, Des Kensel y Jeff Matz vuelven a detonar un nuevo artefacto cargadito de guitarras encabronadas sobre una base machacante de bajo y batería, para lobotomizar todos vuestros males. El disco comienza con  Spewn from the earth, trepidante corte marca de la casa que hace de antesala, saltándose todo protocolo, de todo un temazo de nueve minutos como es Steps of The Ziggurat/ House of Enlil, donde el amigo Matt Pike hace gala de un arsenal de cambios de ritmo propios de todo un genio de las seis cuerdas. Tras ella “el mesías eléctrico” arrasa con las ruinas de lo que ha quedado en pie con una composición que muestra la conexión que siempre ha ligado al trío norteamericano con el lado más anfetaminado de Motörhead. Si el disco acaba aquí nos vamos tan contentos, pero esta gente no ha venido a hacer prisioneros. El doom de Sanctioned annhilation tira de riffs cavernarios y asfixiantes para aniquilar toda forma de vida presente, antes de que los tambores de guerra a manos del fantástico Des Kensel hagan presagiar una nueva tormenta con dos cortes fantásticamente hilvanados entre las cuerdas y los parches del combo con The palid mask y God of the godless. Más madera. Freebooter vuelve a echar gasolina a las llamas y la cosa empieza a tomar tintes de superpogo interplanetario. Dios. Esto no para. Matt Pike sigue sacando riffs como churros, y el final del disco no flaquea con la tremenda y machacante The Witch and the Christ, y la épica Drowning dog con un toque que recuerda a Orange Goblin y que si este fuera un mundo justo, debería estar radiándose all over the world. ¡DIS CA CO! 



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