A día de hoy, tratar de hablar de U2 esquivando todos los prejuicios que la formación irlandesa ha logrado sembrar a su alrededor, es complicado. Hace pocas semanas leía en algún rincón de Internet, unas palabras de su cantante Bono afirmando que "hacía años que su música se había convertido en irrelevante". Toda una declaración para una banda que, para quien le interese saberlo, llegó a la cima del negocio facturando dos de los mejores discos de los noventa en la piel de los atrevidos Achtung Baby (Island, 1991) y Zooropa (Island, 1993) del cual se cumple, este cinco de julio, veinticinco años de su publicación.
Para situar a los no creyentes, comenzaremos con un breve repaso de la carrera del grupo. Aunque a alguno le sorprenda, la aventura de Bono, Adam Clayton, The Edge y Larry Mullen Jr. nació a finales de los años setenta al amparo de lo que comenzaba a denominarse como post punk y muy influenciados por bandas como Joy Division o Television. Unos años antes, el punk había tratado de derribar las estructuras del rock más clásicas, pero aquella continuación posterior estaba interesada en una visión más introspectiva de la música buscando una amplitud de miras experimentales que diera con una nueva concepción del rock.
La fuerza de sus inicios, con grandes discos como Boy (Island 1980) y War (Island, 1983), dieron paso a la conquista del mercado estadounidense con The Unforgettable Fire (Island, 1984) en primer lugar, al que siguieron el bombazo de The Joshua Tree (Island, 1987) y la total inmersión en la cultura norteamericana que supuso Rattle and Hum (Island, 1988). Pero esta apuesta por el caballo americano les hizo alejarse de la movida europea que a finales de los años ochenta estaba liderada por el sonido de Madchester y que se cocía al son de formaciones como Happy Mondays o Stone Roses. Así, pese al tremendo éxito comercial de sus últimos lanzamientos, Rattle and Hum evidenciaba una crisis creativa que los empujó a un callejón sin salida y a anunciar en enero de 1990, durante el último concierto de la gira Lovetown en la que cada noche se veían acompañados por la leyenda del blues B.B. King, que debían resetear y empezar de nuevo. El volantazo estaba decidido.
U2 en 1980, por David Corio |
U2 en 1988, por Colm Henry |
Bono y BB King durante el Lovetown Tour, por Rob Verhost
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Por aquel entonces en Berlín, tras la caída del muro, se estaba gestando la nueva ola del sonido europeo. En el viejo continente se respiraba una vertiente bailable que venía pidiendo paso desde hacía un tiempo y que con el cambio de década focalizó su intensidad en la ciudad alemana. El mensaje de libertad de aquel sonido importado de Detroit, de la música club, del acid...iba a ser la semilla de una revolución cultural que vociferaba la transgresión y la desobediencia por encima de un sistema que acababa de colapsar. La proclama era clara: romper con el sonido y la imagen anterior, y U2 se sumaron a esa causa.
El guitarrista The Edge traía bajo el brazo una serie de nuevos nombres procedentes del rock industrial como Nine Inch Nails e incluso de la escena de baile electrónica como los alemanes KMFDM, que inspiraron la nueva dirección a tomar. Para que la cosa no se fuera de madre en exceso, volvieron a contar con sus productores de confianza, Brian Eno, Daniel Lanois y Steve Lillywhite, y se encerraron en los estudios Hansa de Berlín para preparar la llegada del nuevo álbum.
Portada de Achtung Baby, 1991 |
U2 en 1991, por Anton Corbijn
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Portada de Vogue, diciembre 1992
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ZooTV en el estadio de Wembley, Londres. Fotografía de Mick Hutson
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The Mirrorball Man, uno de los alter egos de Bono,
durante la primera vuelta del Zoo TV
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El disco fue publicado en julio, sin prácticamente promoción y con un aire clandestino que daba a entender que la discográfica cerraba uno de los ojos esperando el bofetón. Aunque tampoco hubo tiempo para mucho más. Grabado en Dublín, en tiempo récord y aprovechando los ratos libres de la primera vuelta de la mastodóntica Zoo TV, fue el primero en el que el guitarrista The Edge aparecía acreditado como productor, compartiendo galones con el omnipresente Brian Eno y el también familiar Flood, productor en discos como Pretty Hate Machine (TVT, 1989) de Nine Inch Nails o Violator (Mute, 1990) de Depeche Mode, quien además repetía en las labores de ingeniero y mezclas junto a otro amigo de la casa, Robbie Adams.
Estaba claro que el grupo pretendía llevarnos a terrenos desconocidos y la propia introducción de la fantástica Zooropa era la encargada de alejarnos de tierra firme (antes del lanzamiento del disco, esta introducción se conocía con el nombre de Bable). Durante sus dos minutos de duración, su oleaje hipnótico nos va arrastrando a través de una nube de interferencias por la que asoma una fantasmagórica melodía de piano, hasta que los cantos de guitarra de The Edge nos dan la bienvenida al nuevo mundo. A partir de este momento, todo lo que sucede en Zooropa, se queda en Zooropa. El tonteo psicotrópico de Babyface y la frialdad inclasificable de Numb (¡que fue elegida como single!) dejan claro que la cosa no va precisamente por cantarse otro Pride (In The Name of Love). Les siguen dos de los cortes maestros sobre los que se sostiene el álbum: la genial e insinuante Lemon, con ese maravilloso “midnight is where the day begins”, y la fragilidad casi acústica de Stay (Faraway So Close!), cerrando la cara A, y que funciona como toma de tierra dentro de todo ese cyber chute que parece rodear al trabajo.
Imagen promocional de Zooropa, por Anton Corbijn
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Bono caracterizado como MacPhisto durante el Zoo TV. Fotografía de Roger Hutchings |
Cada tema va deslizándose, sin tener que ver demasiado unos con otros, como parte de un todo indivisible de forma que hasta el corte más insulso, como puede ser Some Days Are Better Than Others, se convierta en indispensable. Tras él, la revisión intimista de la parábola de El Hijo Pródigo con The First Time y el perturbador despunte rockero de Dirty Day, preceden al broche final que cierra el álbum: el majestuoso (y apocalíptico) electro country de The Wanderer con la voz de... ¡Johnny Cash!
Las sirenas escondidas tras The Wanderer nos despiertan del sueño. Entre los descartes de las sesiones de Zooropa, destacan cortes que acabaron en su siguiente Pop (Island, 1996), como If God Will Send His Angels, If You Wear That Velvet Dress y Wake Up Dead Man, o la canción Hold Me, Thrill Me, Kiss Me, Kill Me que se incluyó en la banda sonora de Batman Forever (Joel Schumacher, 1995). Como curiosidad, las letras de parte de los títulos de estas no incluidas, aparecen en la misma portada de Zooropa, tintadas de morado y sobre fotografías de personajes como Vladimir Lenin, Benito Mussolini y Nicolae Ceauşescu, lo que parece indicar que los plazos con los que contaba el grupo no eran precisamente amplios y que el listado definitivo de canciones no estaba listo cuando se encargó la cubierta. Dicho diseño corrió a cargo de Steve Averill junto a Works Associates de Dublín, y en él aparece resaltada la ilustración creada por Shaughn McGrathdel a partir del grafiti Astro Baby, o Zoo Baby, creado por Charlie Whisker para la galleta del Achtung Baby, y que simboliza la leyenda urbana de un cosmonauta soviético que quedó flotando en órbita durante semanas después de la caída de la Unión Soviética.
Impresión de la galleta del Achtung Baby |
La inercia experimental del cuarteto todavía daría para otro disco junto a Brian Eno, mucho más etéreo y en código de banda sonora, que esta vez no firmaron como U2 sino como Original Soundtrack Vol. 1 (Island, 1995), y para el empacho discotequero que supuso Pop (Island, 1996), álbum que ciertamente lució mejores intenciones que acabado. Tras ellos, los irlandeses dieron carpetazo a su vertiente más temeraria y retomaron la senda del rock para todos los públicos, cosechando unos cuantos singles en sus dos trabajos posteriores que mantuvieron la embarcación a flote, aunque ya con poquito combustible creativo.
Puede que Zooropa fuera el disco más atípico de la discografía de U2, pero también fue el más atrevido y posiblemente, al menos para muchos de nosotros, el más brillante. Un islote en su sonido al que no conviene acercarse con demasiadas ideas preconcebidas y que define el momento más elevado de la banda. U2 nunca fueron tan grandes.
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